Dodo Teatro presenta:
Te presentamos a los habitantes de Nimbus: personajes entre la ficción y la realidad. Busca tu favorito y conoce su pasado.
Ángela, la bella
Hija de un padre hermoso y una madre perseverante, creció en un hogar pobre. Desde niña entendió lo duro que era ser adulto, pero sabía que había heredado lo mejor de sus papás: belleza y voluntad. A los 15 años, era la muchacha más famosa de Nimbus. Le decían Ángel porque parecía que un coro celestial cantaba a sus espaldas. Pronto descubrió que sus encantos no eran solo físicos sino también culinarios; de modo que abrió un restaurante. Pero era una mujer a prueba de enamoramientos. Pasaron años sin que nadie probara realmente sus verdaderos manjares, hasta que un viaje en chiva le cambió la vida a la mujer que preparaba arepas dignas de los dioses. Renán le robó la receta de su corazón.
Padre Evelio
Casi no fue niño, pues fue educado como un mini-hombre en la fe católica. Su madre, una vendedora de lotería devota de santos y vírgenes, le enseñó primero a rezar que a gatear. El pequeño Evelio apenas cursaba tercer grado en un colegio católico cuando el capellán Pedro Sánchez decidió costear sus estudios futuros, pues decía que tenía mirada de Papa. Tras apagar las velas de su cumpleaños 22, empacó la sotana y cogió bus, anduvo a lomo de burro y caminó por las montañas hasta llegar a Nimbus. Al cabo de muchos años de trabajo en el pueblo, dejó de temer a Dios y a la memoria de su madre y comenzó a compartir las limosnas de sus fieles para sus placeres personales.
Abuela Josefa
Aunque parece más antigua y cuerda que Nimbus, la realidad es que el pueblo ya existía cuando esta mujer paisa llegó a los 27 años. Tenía el ceño desarrugado, el cabello negro y la mirada fría como aquel amanecer en que llegó con Ezequiel, el amor de su vida. Ahora, a sus 80 años, los recuerdos se confunden y engrandecen. Conoció los secretos de Nimbus desde la vitrina de su tienda y los administró mejor que su dinero. Sueños, deseos, gustos y traiciones pasaban de sus oídos a su boca en un santiamén. Un día, Ezequiel murió de cáncer de pulmón y ella entristeció y envejeció en la pobreza de las cuatro paredes heladas de su habitación. Llegó en flor y se irá deshojada. Solo le quedaron Memé (su nieto), sus oídos y un recuerdo inconfesable: el secreto prohibido de Nimbus.
Pepe, el carnicero
Se hizo hombre comiendo sobras de restaurante en el gigantesco mesón de la Calle del Comercio. De niño iba donde el viejo carnicero a pedir huesos y vísceras para que su mamá pudiera alimentarlos a él y a sus hermanos. Así se hizo carnicero. A los 13 años ya tasajeaba carne y hacía mandados a cambio de unos pesos. Sin embargo, era un hombre con mala suerte. Lo apodaron Pepe Tragedias porque todo le salía mal: un día se caía de espaldas y otro se raspaba las rodillas; se rebanó el pulgar derecho con un hacha y su esposa lo engañó; no le pagaban los fiados… Aunque todo se lo tomaba con humor, un día enmudeció: su hijo menor fue asesinado. La depresión y la mala suerte lo arrastraron al licor, y todo el tiempo dice que quiere colgarse vestido con la ropa de su hijo.
Gobernador Pancracio
Es el eterno mandatario de Nimbus. Descendiente directo del general José María Cabal, posee los títulos de Conde Andino, Barón de las Lluvias y Príncipe de Guadalajara; además, es dueño intransferible de las llaves de la ciudad. Actualmente tiene 70 años y lidera una atropellada modernización en el Pueblo de las Nubes. Tiene una cojera que adquirió de niño cuando se cayó de un caballo en un paseo campestre. Nunca asistió a una escuela, pues fue educado por profesionales en casa, y el mundo exterior es para él un mundo de trabajadores a su disposición, sórdidos y sucios peones a su cargo. Quizá por ello no confió en las voces del pueblo que murmuraban que él y su esposa Claudia, antes que esposos, Dios los hizo hermanos.
Óscar
Fue engendrado entre montañas y nieblas por una familia tradicional. Estudió en un colegio normalista por fuera de Nimbus, a donde regresaba cada fin de semana con arte en la cabeza y música en el alma. Como una sirena, enredaba con sus cantos de poemas robados a las mujeres del pueblo. Al graduarse, se convirtió en el profesor de artística que despertaba la conciencia de los niños. Poco después lo apodaron “el Guerri”, en parte por su espíritu liberal, y en parte porque les llevaba razones de vida a las madres cuyos hijos habían sido compañeros de infancia suyos y ahora militaban en la selva. Una noche aciaga, su nombre apareció en un panfleto; era hora de abandonar Nimbus. Huyó con las primeras nieblas de la mañana, confundidas con el humo de la escuela que quemaron los paramilitares.
Bruna
Desde siempre fue apasionada por los clásicos de la literatura francesa, sedienta de conocimiento y movida por la esperanza de ser una profesional. Un día decidió levantarse de los cultivos de su familia y estudiar una Tecnología Agropecuaria para ayudar al alma de su familia: la tierra. Mientras estudiaba, no se quedó solo con los libros y se involucró en causas sociales y estudiantiles, descubriendo una vena revolucionaria que había ignorado. Por eso cuando llegaron los paramilitares a las tierras de su familia, Bruna se negó a las “vacunas” y se enfrentó a las amenazas. ¿El resultado? El asesinato de sus padres y la persecución hacia ella y su hermano, quien nunca la perdonó. Una mañana de mayo huyó de Nimbus hacia algún lugar del centro del país.